Parece que fue hace muchísimo tiempo, pero sólo han pasado seis años desde que el servicio militar obligatorio (la famosa mili) desapareció de nuestras vidas.
A la mayoría de los que les tocó tuvieron la “fortuna” de poder servir a la patria durante un año entero, sólo les queda la sensación de pérdida de tiempo y algunas anécdotas, siempre las mismas, para contar en bares y reuniones familiares. Eso sí, algunos hicieron amigos para toda la vida, que por algo dicen que las desgracias unen.
Eran los tiempos de las imaginarias, los pases pernocta, los arrestos, el bromuro, las palizas en autobús a casa y el olor a humanidad constante. También había tiempo para ir a la cantina, llamar a casa desde la cabina o limpiar y volver a limpiar el CETME Ahora muchos de los antiguos cuarteles se han reconvertido en bibliotecas, centros culturales o apartamentos. Y los soldados que se forman en los que quedan son por decisión propia y de caracter profesional.
Aunque en algunas casas siempre quedará el retrato del “niño” vestido de militar al lado de la tele, los muñecas “sorchi” encima de la cama y la foto con los compañeros subidos a un tanque en el álbum familiar.
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