Poco antes de caer asesinado, el presidente del Gobierno, don José de Canalejas, estableció el servicio militar obligatorio, a principios del siglo pasado. El acontecimiento se celebró como un éxito de la democracia. Todos iguales ante la ley, todos iguales ante la patria.
Claro que hecha la ley, hecha la trampa. Los ricos y los enchufados podían cambiar sus destinos y librarse de ir a morir como chinches en la guerra de Africa. Pero, desde entonces, la mayoría de la población tuvo que hacer la mili.
Para los más pobres y analfabetos (que eran mayoritarios) fue una puerta de salida de la miseria y semiesclavitud en la que vivían y una oportunidad para ver otro mundo y otras formas de vida. Abandonamos la guerra colonial africana porque había en nuestro Ejército muchos ojos para ver y oídos para oir de soldados no profesionales que empearon a contar lo que pasaba en la otra orilla del Mediterráneo.
domingo, 17 de febrero de 2008
Parece que fue hace muchísimo tiempo, pero sólo han pasado seis años desde que el servicio militar obligatorio (la famosa mili) desapareció de nuestras vidas.
A la mayoría de los que les tocó tuvieron la “fortuna” de poder servir a la patria durante un año entero, sólo les queda la sensación de pérdida de tiempo y algunas anécdotas, siempre las mismas, para contar en bares y reuniones familiares. Eso sí, algunos hicieron amigos para toda la vida, que por algo dicen que las desgracias unen.
Eran los tiempos de las imaginarias, los pases pernocta, los arrestos, el bromuro, las palizas en autobús a casa y el olor a humanidad constante. También había tiempo para ir a la cantina, llamar a casa desde la cabina o limpiar y volver a limpiar el CETME Ahora muchos de los antiguos cuarteles se han reconvertido en bibliotecas, centros culturales o apartamentos. Y los soldados que se forman en los que quedan son por decisión propia y de caracter profesional.
Aunque en algunas casas siempre quedará el retrato del “niño” vestido de militar al lado de la tele, los muñecas “sorchi” encima de la cama y la foto con los compañeros subidos a un tanque en el álbum familiar.
A la mayoría de los que les tocó tuvieron la “fortuna” de poder servir a la patria durante un año entero, sólo les queda la sensación de pérdida de tiempo y algunas anécdotas, siempre las mismas, para contar en bares y reuniones familiares. Eso sí, algunos hicieron amigos para toda la vida, que por algo dicen que las desgracias unen.
Eran los tiempos de las imaginarias, los pases pernocta, los arrestos, el bromuro, las palizas en autobús a casa y el olor a humanidad constante. También había tiempo para ir a la cantina, llamar a casa desde la cabina o limpiar y volver a limpiar el CETME Ahora muchos de los antiguos cuarteles se han reconvertido en bibliotecas, centros culturales o apartamentos. Y los soldados que se forman en los que quedan son por decisión propia y de caracter profesional.
Aunque en algunas casas siempre quedará el retrato del “niño” vestido de militar al lado de la tele, los muñecas “sorchi” encima de la cama y la foto con los compañeros subidos a un tanque en el álbum familiar.
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